Miguel Angel Rodriguez Echeverria

Horizonte Abierto

Para los cristianos el mandamiento es clarísimo: “Amaos unos a los otros como Yo os he amado” nos dice Jesús en su mensaje de despedida antes de su pasión y muerte.

Nos dio ejemplo de las consecuencias de ese mandato en su propia crucifixión: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y ya lo había anticipado cuando al enseñarnos a orar nos indicó decir “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” y cuando nos mandó “amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores”.

Nuestra cultura costarricense está íntimamente imbuida de esos valores que nos mueven a la fraternidad y a la práctica efectiva de la solidaridad. Por eso ese mandamiento cristiano, que sobrepasa la regla de oro de la antigüedad de dar a los demás el trato que quisiéramos recibir de ellos nos obliga a todos indiferentemente de nuestra fe trascendente, o de la carencia de ella.

El buen trato entre nosotros es parte elemental y básica —pero no por ello menor— de la aplicación práctica de estos mandamientos que en nuestra cultura costarricense moralmente nos rigen.

Quienes hemos gozado de la bendición y el privilegio de una buena educación, de hacer uso de suficientes recursos materiales con acceso a información y conocimientos y, principalmente quienes podemos hacer uso de los púlpitos de la función pública para dirigirnos a nuestros conciudadanos, tenemos especial obligación de practicar el amor a nuestros semejantes, a todos, y, en lo más elemental, de expresarnos con respeto y buenas maneras.

Los humanos somos ignorantes. Vivimos, opinamos, actuamos limitados por lo insuficiente del conocimiento que cada uno tenemos e incluso del conocimiento todo de la humanidad. Limitados por el tiempo, por el espacio, por la poca acumulación de capital y de fortaleza espiritual, por la carencia de recursos y, como cada día es más evidente, incluso por la escasez global de los recursos naturales.

Dios nos creo con dos oídos y una boca. Dos oídos para escuchar más de lo que hablamos y con una mente capaz para oír con interés, respeto y paciencia. Una boca para hablar y no gritar a las demás personas, y con un corazón y Su mandato de amar a nuestros semejantes, para dirigirnos a las demás personas con buenas maneras, con argumentos y no con ataques personales ni con afán de destruir sino de llegar a acuerdos.

Nunca nadie puede estar totalmente seguro de tener la razón. Solo Dios es omnisciente. Y aunque estemos totalmente seguros de tener la verdad siempre quien o quienes no estén de acuerdo tendrán sus razones para opinar distinto. Solo si les escuchamos con cuidado y mucha atención y consideración podremos conocer esas razones. Solo si conocemos sus razones podremos llegar a acuerdos.

La democracia es el gobierno de la imperfección. Algunos afirman ser perfectos y sabios, y pretenden mandar bajo esa premisa. Pero es mentira.

Siendo imperfecta la democracia como toda institución humana, es perfectible. Con cuidado y respeto de lo que nos han legado nuestros antepasados, previo cuidadoso análisis, planificación y debate, y gradualmente y con respeto, podemos ir buscando mejoras en algunos aspectos concretos. Incluso con todos esos cuidados y actuando negociada y armoniosamente con toda la sociedad, la bondad de sus resultados solo la demostrará la experiencia.

Costa Rica es una democracia plena. Es una de las solo 23 del mundo, en las que vive solo una de cada 12 personas que habitan nuestro planeta. Con razón los costarricenses estamos orgullosos de ello. Ha sido una larga y laboriosa construcción en curso desde hace más de 200 años.

Pero es claro que tiene muchas falencias. Por muchas justas razones los ciudadanos estamos insatisfechos. Los gobiernos todos hemos sido imperfectos y podríamos haber sido mejores. Pero podemos someter a cada gobierno a la evaluación de los ciudadanos, y cambiar pacíficamente de rumbo.

Acumulamos muchos y serios problemas en seguridad ciudadana, pobreza, educación, infraestructura. Enfrentamos difíciles problemas que nos afectan hoy y serán más graves en el futuro si no empezamos a atenderlos.

Los podemos resolver igual que lo hemos hecho a través de nuestra historia. Con previsión, uniendo nuestros conocimientos y capacidades en la construcción y ejecución de sus soluciones, y fraternalmente y con una visión de futuro compartida optando preferencialmente por los pobres. Debatiendo sobre los problemas y sus soluciones y no agrediendo a quienes piensan distinto. Construyendo con amor unión y armonía, y no fomentando los odios, los rencores y las divisiones.

Pidamos a Dios que nos llene a todos el corazón de Su amor, y pongamos cada uno de nuestra parte para actuar como hermanos y trato respetuoso con cada compatriota.

Miguel Ángel Rodríguez Echeverría.

Esposo, papá, abuelo. PhD en Economía y abogado, catedrático. Expresidente de la República, Exsecretario General de la OEA. Saprissista.


Fecha de publicación: 24-Junio-2024

Fuente: Delfino.cr


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