Discurso del Presidente de la República, Miguel Angel Rodríguez E., en la ceremonia de graduación de la Universidad de California, Berkeley, Estados Unidos
Viernes 21 de mayo de 1999.
Fue un sábado antes del inicio de las clases en setiembre de 1963, cuando Lorena, mi esposa, y yo llegamos por primera vez a Berkeley. Traíamos muchas maletas y el taxista nos dejó cerca del apartamento que, supuestamente, nos había conseguido el Cónsul de Costa Rica en San Francisco, en el 350 de Sproul Hall.
Desdichadamente, esa era la dirección de la Oficina para los Estudiantes Extranjeros y como ellos no rentaban apartamentos, tuvimos que buscar un hotel en momentos en que todos los demás hacían lo mismo. Éramos muy jóvenes y sencillos y llegamos a Berkeley con muchos sueños.
Tras graduarme de economista y abogado en la Universidad de Costa Rica, llegué a Berkeley con el propósito de aprender cómo realizar las transformaciones necesarias para mejorar la economía costarricense Desde entonces, tenía la impresión de que con inversión en capital humano, con políticas fiscales y monetarias responsables, con mercados libres y competitivos, con un sistema universalizado de seguridad social y un Estado de Derecho, nuestro país podría avanzar por la senda del desarrollo.
Berkeley era entonces, como ahora, una de las mejores escuelas de economía. Desde esa época estaba convencido de que con las acertadas teorías micro y macroeconómicas, así como las teorías de equilibrio general, monetaria y de intercambio comercial, sería capaz de comprender el significado del desarrollo y de las políticas que deberían ponerse en práctica para alcanzarlo.
Además, tuve la suerte de contar con los mejores profesores en esta área: McFadden, Debreu, Scitovsky, Laidler, Jorgenson, Vind, Soderstern, Diamond, Radner, Fishlow y muchos más.
No solo experimenté un enorme sentimiento de realización en lo académico, sino también en lo personal. Conservo maravillosos recuerdos de esa época: el nacimiento de nuestro primer hijo; el Movimiento Pro Libertad de Expresión y Mario Savio. Recuerdo también cuando Estados Unidos invadió República Dominicana, lo que me hizo renunciar a la beca que el Departamento de Estado me había otorgado. Por ventura, y gracias a que la Universidad de California me ofreció un puesto como asistente de investigación para escribir mi disertación de graduación, pude continuar mis estudios.
Cuando en 1966 un profesor de matemáticas de la Universidad de Costa Rica ganó las elecciones presidenciales, la mayoría de mis profesores en el Departamento de Economía se integraron al nuevo Gobierno y me llamaron para que trabajara con ellos en el Ministerio de Planificación de la Presidencia (esto es una especie de Consejo de Asesores Económicos) y participara en las reuniones del Gabinete. Había planeado pasar un año más terminando mi tesis, pero la propuesta de Costa Rica era muy tentadora y me hizo buscar la forma de terminarla antes. Entonces, les propuse a Daniel McFadden y a David Laidler, mis directores de investigación, escribir mi tesis con lo que había avanzado. Y recuerdo muy bien lo que el Profesor Laidler me dijo entonces: "Me recuerdas a un estudiante de Kenia en la Escuela de Economía de Londres, que me preguntó lo que debía hacer en el verano: trabajar en la cafetería o regresar a casa para convertirse en el Director General de Correos".
Por supuesto regresé a Costa Rica. Les cuento esto porque quiero compartir con ustedes mi experiencia como un economista que ha participado activamente en la vida pública de su país, y porque creo, además, que mi experiencia puede ilustrar algo que de lo que quiero transmitirles a ustedes: el difícil pero al mismo tiempo maravilloso reto que enfrenta un economista al tratar de poner en práctica lo que ha aprendido.
En el grupo de economistas del Gobierno del Profesor Trejos compartíamos las mismas ideas económicas: la necesidad de abrir nuestra economía al comercio internacional; de introducir la competencia en los mercados nacionales; de reducir substancialmente las distorsiones, y la necesidad de mantener la estabilidad macroeconómica con políticas fiscales y monetarias responsables. De esta manera, queríamos cambiar el modelo de desarrollo en el que Costa Rica se había enrumbado unos años antes, principalmente el Modelo de Sustitución de Importaciones (MSI) que estaba de moda en Latinoamérica. Desgraciadamente, no pudimos alejar a nuestra economía de ese modelo.
Creo que este es un buen ejemplo del argumento principal que quiero desarrollar esta mañana. Así que déjenme continuar contándoles algunos detalles de este episodio.
El Modelo de Sustitución de Importaciones se adoptó porque se creía que no podríamos crecer gracias a las exportaciones, ya que, de alguna manera, no podríamos producir competitivamente nada distinto de nuestras exportaciones tradicionales, básicamente café y banano. Estos bienes tenían un potencial de crecimiento muy pequeño en los mercados internacionales y la única forma de que pudiéramos crecer era por medio de la industrialización. No obstante, ésta solo se podría dar, según los proponentes del modelo, a través de la protección. El modelo fue aún más allá en el intervencionismo estatal, ya que señalaba que una fuerte dosis de proteccionismo no era suficiente para promover la inversión privada. Es así que el Gobierno tiene que invertir en las industrias que se consideran estratégicas, decían. Los déficit no eran considerados como un problema, y los desequilibrios fiscales y externos podrían ser financiados a través de empréstitos internacionales.
En ese tiempo señalamos que esas premisas eran incorrectas. Que podíamos expandir y diversificar nuestras exportaciones agrícolas y darles mayor valor agregado, pero también desarrollar algunos bienes manufacturados para la exportación, sólo si existía una economía competitiva, con menos distorsiones y con inversión en infraestructura y capital humano. Podíamos, además, contar con un rápido crecimiento sostenido solo si manteníamos un equilibrio macroeconómico. Más tarde, la experiencia de los países del Este Asiático comprobaría nuestra tesis.
Años después, la crisis latinoamericana de finales de los años setenta demostró que el modelo proteccionista era inadecuado y que no podía continuar como nuestra base del crecimiento. Pero esto era muy difícil de aceptar en los sesenta cuando la economía funcionaba bien en términos de crecimiento e inflación. El país que adopta el modelo proteccionista se caracteriza porque experimenta en un inicio un crecimiento rápido, debido a la gran cantidad de inversión que emerge para aprovechar las oportunidades artificiales de negocios que se crean. Además, los sesenta fueron años muy buenos para la mayoría de los países, debido a que la economía mundial disfrutaba años dorados de alto crecimiento y baja inflación, lo que hacía más fácil a los países pequeños disfrutar de un rápido crecimiento.
Pueden imaginarse, entonces, qué difícil era convencer a la gente que esa estrategia de desarrollo iba a fallar. Era como tratar de convencer a un amigo de que deje de beber cuando él o ella se encuentra en lo mejor de la fiesta. ¿Cómo puede estar mal si se es tan feliz?
Estando la gente satisfecha con el sistema, ¿cómo llevar a cabo una reforma radical, que estaría en contra de los intereses de fuertes grupos de presión que disfrutaban de las rentas creadas por el MSI? Esto no se puede hacer en una democracia. A pesar de la fortaleza de los argumentos de las teorías económicas para mostrar las inconveniencias de las políticas proteccionistas acentuadas, los electores no iban a aceptar un cambio en el modelo. Los grupos de presión de empresarios, las fuerzas políticas y la opinión pública estaban a favor de los esquemas de sustitución de importaciones, los que daban en ese momento altos beneficios a muchos y generaban una rápida expansión económica.
Al final, pudimos ajustar los desbalances fiscales y monetarios que heredamos de la Administración previa, pero no tuvimos éxito en implementar las reformas que queríamos. A pesar de que esto fue algo frustrante, estábamos satisfechos de que un buen manejo de las políticas macroeconómicas permitiese que la economía creciera tan rápido como en el modelo previo de desarrollo. Solo una buena teoría económica nos ayudó a manejar la alternativa que era posible poner en práctica.
Después del Gobierno de Trejos el país se adentró en un modelo proteccionista, clientelista y gremialista. Los monopolios de los servicios públicos en manos del Estado se reforzaron; la producción industrial del Gobierno se expandió y aumentó el número de empleados públicos enormemente. El llamado Estado de Bienestar siguió creciendo y nuestra nación financió con masivos empréstitos internacionales los déficit, fiscal y de la balanza de pagos, producidos por esos excesos así como por la crisis del petróleo en los setenta. Nuestros economistas no se sorprendieron, entonces, cuando nuestro país fue uno de los primeros en sufrir los efectos de la crisis de la deuda externa que azotó a Latinoamérica a finales de los setenta y a principios de los ochenta.
Todo esto me lleva a una pregunta esencial: ¿por qué los economistas no pueden dominar la fijación de la política económica, del mismo modo que los médicos fijan los procedimientos a seguir en una operación a corazón abierto?
Pienso que la razón fundamental es que la economía es una ciencia del consumo. Es decir, trata de resolver la cuestión sobre cómo tener más cantidad, más calidad y más variedad de bienes y servicios para consumir, dada una determinada cantidad de recursos. La economía es la ciencia de cómo enfrentarse a la escasez para el beneficio de los consumidores. De esta forma, los consumidores son los clientes naturales de los economistas. Pero estos son "malos clientes", en el sentido de que están desinformados (como es lógico que suceda) y desorganizados (porque es muy costoso organizar un grupo grande de personas heterogéneas). En cambio, nuestros oponentes son los grupos de interés, que están bien organizados e informados, que entienden muy bien el efecto sobre ellos de diferentes políticas y, en consecuencia, están dispuestos a luchar fuertemente por sus intereses particulares.
Por otra parte, y esto complica las cosas un poco más, el economista no solo enfrenta una lucha difícil, sino que lo hace sin armas poderosas. Enumeraré las desventajas que tiene un economista en esta lucha:
- El lenguaje de los economistas es muy diferente del lenguaje de las demás personas. No me refiero al lenguaje técnico, sino a la lógica del pensamiento y de la elaboración de conclusiones. Para la mayoría de las personas el primer efecto de una política es el que cuenta, mientras que los economistas están entrenados para pensar en la cadena de efectos que conlleva una política. Ludwig von Mises lo demostró a principios de este siglo con un ejemplo muy claro: para que los niños pobres beban leche, quienes no son economistas propondrían establecer la disminución del precio de la leche. Parecería obvio, para los no economistas, que de esta forma las familias más pobres podrían obtener más leche para sus hijos. En contraste, los economistas están entrenados para pensar acerca de las consecuencias secundarias de esta política. Saben que en un caso así, los productores perderían interés en la producción, la oferta disminuiría y al final los niños pobres obtendrían menos leche.
Otro ejemplo es el de la famosa parábola de la ventana rota de Henry Hazlit. Un niño rompe un ventana muy grande por accidente, y un grupo de personas empieza a regañarlo. De repente, alguien piensa en voz alta: "Esperen, esto requiere que la ventana se cambie. El productor de ventanas venderá una nueva y recibirá un pago. El tendrá, entonces, más dinero que gastar en comida y vestido, generando una demanda extra por estos bienes. Los productores de estos bienes venderán más de su producción y tendrán más ingresos, lo que producirá más demanda de otros bienes. De esta forma, la ventana rota ha generado más trabajos e ingresos para muchas personas…no regañemos al niño; ¡él es un héroe!". Inmediatamente, un economista sabe que este pensamiento es erróneo, ya que el propietario de la casa con la ventana rota será quien gastará su dinero en reemplazarla; dinero que podría haber usado en otros bienes como comida y vestido. Esto destruye trabajos, lo que neutraliza la creación de empleos del lado de los involucrados en reemplazar la ventana. El resultado neto es solo uno: una ventana rota.
- Los economistas no se esfuerzan en encontrar las mejores formas de comunicación con la gente. Estamos tan convencidos del poder de nuestras teorías que pensamos que la lógica ganará el debate. Desafortunadamente, esto es realmente casi lo contrario de lo que sucede: aquellos sin una teoría fuerte cuentan sólo con eslóganes y un solo argumento para usar en el debate, y estos son, a menudo, más poderosos que un pensamiento sólido. Algunas excepciones son Milton Friedman, Paul Samuelson, Jeffrey Sachs y Paul Krugman. Este último, por ejemplo, se cansó hace algunos años de leer tantos argumentos y propuestas falaces concernientes a la política comercial, que decidió inmiscuirse en el debate y escribir para el común de la gente sobre este tema. Su impacto en el debate público ha sido muy importante. No sería, por ende, descabellado incluir en la educación económica un curso sobre cómo ser claro y persuasivo en argumentos económicos cuando se está expuesto a la opinión pública; ni tampoco practicar debates con estudiantes populistas de las escuelas de sociología y política.
- Los economistas no son los únicos que tratan de influenciar la política pública. También influyen grupos especiales de interés, que usan ideas simplistas para ganarse a la opinión pública. Esta es una paradoja para el economista: normalmente, la verdad es más difícil de transmitir que un argumento falaz. Piensen, por un momento, en el debate entre un representante del sindicato textil y un economista que propone eliminar las barreras de importación a los textiles. El economista argumentará que esto disminuirá las distorsiones en la producción y en el consumo…el representante del sindicato textil dirá que esto suena muy bien en teoría, pero en la práctica habrá despidos masivos para los trabajadores del sector, dificultándoseles luego conseguir un nuevo trabajo. No dirá, sin embargo, que la falta de competitividad impide crear nuevos empleos.
- Los economistas no piensan igual. La economía es todavía, de cierta forma, una ciencia tolerante, por lo que no todos comparten las mismas ideas. Por eso, no es exagerado decir que para cada idea que un político quiere llevar a cabo, siempre habrá un economista que, por buena fe o por algún interés, proporcionará un razonamiento económico para ella. De esta manera, como Paul Krugman ha argumentado, en lugar de tener economistas asesorando a los políticos, tenemos lo contrario: políticos que saben qué quieren hacer (por cualquier razón, por popularidad o para satisfacer a un grupo de interés especial) y para lo cual escogen al economista apropiado para proveerle de un fundamento teórico para ella.
Debo hacer hincapié en que estas dificultades se presentan en el contexto democrático. En Latinoamérica, hay evidencia de reformas económicas que han sido implementadas sin mucha dificultad y lentitud porque fueron llevadas a cabo en regímenes autoritarios. La resistencia es simplemente reprimida con medidas autoritarias.
Alguien podría argumentar acá que los economistas ya han pensado en esto a través del estudio de la lógica de la elección pública y la teoría económica de la política, pero creo que este razonamiento es incorrecto. Esta investigación es de gran valía porque demuestra que debemos estructurar el sistema de incentivos en el sector público para que los funcionarios tengan los incentivos apropiados, que debemos diseñar instituciones que respondan con eficacia a los costos de transacción, pero el problema en cuestión es otro: cómo vencer la resistencia de los partidos interesados y la opinión pública desinformada para establecer esos incentivos e instituciones apropiadas. En otras palabras, la teoría de la elección pública nos guía en el diseño de las limitaciones de corte constitucional y de un sistema óptimo de incentivos e instituciones, pero no necesariamente nos ayuda a conseguirlo.
Volviendo a mi experiencia en Costa Rica, quisiera hablarles sobre dos experiencias más: la eliminación del MSI y mi actual experiencia con la reforma desde la Presidencia.
Luego de la profunda crisis que sufrió Costa Rica en la primera parte de los ochenta, el país entró en un programa gradual y sostenido de liberalización comercial que redujo el proteccionismo y, eventualmente, terminó con el MSI y sus tradicionales acompañantes: desequilibrio fiscal y represión financiera.
¿Cómo hicieron los economistas para ganar un debate tan difícil como el que mencioné? En mi opinión, creo que se debió a la influencia de varios elementos:
- La crisis macroeconómica de los 70 en los países industrializados cambió la mentalidad con relación a la intervención gubernamental y el gasto público. El manejo de la crisis del petróleo dio como resultado altos niveles de inflación y desempleo, lo cual no estaba previsto en la teoría keynesiana. Esto debilitó el predominio del keynesianismo en el mundo académico y más tarde en la aplicación de políticas fiscales y monetarias en muchos países.
- Las milagrosas tasas de crecimiento económico de los tigres asiáticos, que habían implementado más políticas de mercado y apertura en relación con la mayoría de los países en vías de desarrollo.
- El colapso del sistema socialista de planificación centralizada.
- Todos estos eventos y tendencias modificaron la opinión pública internacional. Los días de la planificación centralizada como la sagrada religión de una gran parte de la humanidad se habían desvanecido; la actitud de la ciencia ya no era la de fe absoluta en las posibilidades del conocimiento humano; la época donde una gran proporción del electorado occidental tenía absoluta confianza en las capacidades del Estado para resolver los problemas económicos y sociales se había terminado y el proteccionismo y la sustitución de importaciones ya no eran los estandartes de Latinoamérica. Más bien, ahora era la época de la racionalidad humana de la humildad intelectual, del tanteo y el error, del progreso gradual, de la descentralización y los procedimientos competitivos. Esto, se reflejó muy claramente en el llamado "Consenso de Washington".
- Las presiones de instituciones públicas internacionales tales como el BID, AID, FMI y el Banco Mundial, que tenían los dólares que tanto se necesitaban dadas las condiciones de crisis fiscal que vivía la región en los 80. Esas instituciones contribuyeron a que se tomara la dirección hacia la apertura y en contra del proteccionismo, porque condicionaron el financiamiento a que se instaurara el libre comercio.
- El descontento de la ciudadanía con las condiciones económicas dadas. A diferencia de los años 60, los 80 fueron una época de bajo crecimiento económico y de niveles inflacionarios muy altos. La gente sabía que algo andaba mal y los economistas capitalizaron bien este hecho para convencer a la opinión pública de que la protección era la causante de los problemas y, consecuentemente, que necesitábamos el libre comercio. Esto evidencia que es más fácil implementar reformas durante períodos de crisis que cuando la economía está bien.
- El uso de las ideas desarrolladas por la escuela de la "escogencia racional". En lugar de sólo eliminar la protección a los sectores industriales del modelo "hacia adentro", fueron creados también incentivos especiales para los sectores exportadores. De esta forma, se creó un nuevo grupo de interés que favorecía la liberalización del comercio. Por supuesto que se generaron costos sustanciales con estos nuevos incentivos y el nuevo grupo de interés se convertiría más tarde en una fuerza conservadora opuesta al cese de estos incentivos. La estrategia dio muy buen resultado y, por ello, actualmente estamos pagando a muchos contribuyentes dinero por estos incentivos, que ahora estamos luchando para eliminar.
La liberalización del comercio avanzó gradualmente pero de forma continua, y ya para los inicios de la década de los 90, Costa Rica era una economía relativamente abierta. Actualmente, ocupamos el primer lugar en exportaciones per cápita en Latinoamérica, y la tasa de intercambio (importaciones más exportaciones en relación con PIB) se ha incrementado dramáticamente en los últimos 15 años. Hemos avanzado también en lo concerniente a disciplina fiscal. La opinión pública está mucho más consciente de las consecuencias negativas que acarrea un continuo déficit fiscal. Hemos avanzado en cuanto a fortalecer la autonomía del Banco Central y en la eliminación del monopolio de los depósitos a la vista de los bancos estatales. Asimismo, estamos trabajado en la modernización del sistema de supervisión financiera.
Sin embargo, aún nos falta mucho por camino por recorrer. De hecho, el BID ha catalogado a Costa Rica como uno de los reformadores más lentos de Latinoamérica. Tenemos aún monopolios en seguros, telecomunicaciones, electricidad, derivados del petróleo y producción de alcohol. Tenemos una inmensa deuda interna que genera un permanente déficit fiscal, y aún existe una amplia participación del Estado en la banca y un sistema financiero poco desarrollado.
Es urgente reformar nuestra economía para eliminar estos problemas, porque aún con todas las ventajas con que contamos en indicadores sociales y estabilidad política, Costa Rica todavía enfrenta problemas humanos fundamentales. Un 20% de nuestra población es pobre; 40% de la población adolescente no asiste a la educación secundaria y muchos adultos mayores pobres no disfrutan de una pensión en su vejez. Debemos por ello cambiar, en aras de alcanzar tasas altas y sostenibles de crecimiento para mejorar las condiciones de vida de muchos costarricenses.
Con la mira puesta en alcanzar estas metas, es que desde que llegamos al Gobierno nos abocamos a la tarea de hacer los ajustes macroeconómicos necesarios, sin sacrificar el crecimiento. Diseñamos y presentamos un plan para lograr la reducción gradual de la inflación a través de la disciplina fiscal; la creación de más y mejores empleos a través del incremento en la productividad, mediante mercados más competitivos y mejor infraestructura, financiada por el sector privado. También dirigimos nuestros esfuerzos a reducir la pobreza por medio del crecimiento económico, a brindar más educación y mejor calidad de ésta y programas focalizados de combate a la pobreza.
El plan también descansa en el crecimiento económico que genera la atracción continua de inversión extranjera directa de alta calidad, la cual junto con los esfuerzos y las capacidades de las y los costarricenses, nos permitirán continuar desarrollando servicios para la exportación, como el turismo, la educación, la salud, así como para construir un enclave de industrias de alta tecnología.
Una de las tareas más difíciles que tenemos por delante para implementar esta agenda, es la apertura de los monopolios públicos. Esta apertura se ha convertido en un tema político sensible y los costos que los monopolios generan aún no son evidentes, de la misma forma que los costos de la protección no fueron evidentes allá en los años 60. Este era el contexto de Costa Rica cuando asumí la Presidencia, en mayo del año pasado.
Haber ganado las elecciones por un estrecho margen, sin mayoría en el Congreso y sabiendo la cantidad de reformas que necesitábamos efectuar, hizo que pensáramos mucho en cómo manejar la situación. ¿Cómo dar una lucha tan difícil? La peor parte consistía en que el principal partido político de oposición atacó fuertemente las reformas durante la campaña política, lo que hacía bastante difícil la negociación con la oposición. La forma tradicional de hacer política no era la respuesta, necesitábamos algo diferente.
Llamamos a un proceso constructor de consensos, denominado Proceso de Concertación Nacional, un debate nacional que contó con la participación de los principales grupos de la sociedad civil: sindicatos, empresarios, cooperativistas, agricultores, ambientalistas, grupos de mujeres y jóvenes, minorías étnicas, universidades públicas, la Iglesia y los partidos políticos. La idea consistía en que si formábamos grupos pequeños que representaran a esos sectores sociales, y les pedíamos que trabajaran en dar respuesta a los problemas que les presentábamos, éstos elaborarían y propondrían soluciones serias. Esta parte resultó muy bien.
Después de tres meses de trabajo de esos grupos, un alto grado de acuerdo fue logrado en relación con la apertura de monopolios en telecomunicaciones y seguros, pensiones, libertades sindicales, cesantía, política ambiental, política salarial, medidas contra la corrupción y otros temas. Este fue uno de los mejores momentos, hasta ahora, en nuestro gobierno.
Este proceso nacional de consulta fue también muy importante para ganar apoyo político para nuestras propuestas. Fue como una especie de grupo de enfoque grande, que nos dio insumos en favor de las reformas que se necesitan. Fue también una especie de juego de cooperación. Tratamos de maximizar las ventajas, pero no fuimos rígidos e hicimos concesiones que no afectaran el logro de las metas esenciales. Por ejemplo, en el área de telecomunicaciones aceptamos desde el principio no impulsar ninguna privatización, pero sí insistimos en abrir el sector a la competencia, en virtud de que lo más importante es aumentar el nivel de inversión y, de este modo, permitir la adquisición de tecnologías de punta.
Pero así como fue difícil para los economistas convencer a la gente sobre los beneficios de ciertas políticas, también lo fue para los líderes de algunos sectores, explicar a sus bases los acuerdos que habían firmado en la Concertación. Consecuentemente, algunos dirigentes capitalizaron esa situación y presentaron ideas simples, argumentando que la Concertación fue un error, que las concesiones realizadas eran inaceptables y que, por tanto, no deberían apoyar estos acuerdos. En respuesta a esas amenazas a su liderazgo, algunos líderes trataron de desvincularse de los acuerdos alcanzados en la Concertación, acusando falsamente al Gobierno de haber manipulado estos acuerdos a la hora de plasmarlos en los proyectos de ley que se enviaron al Congreso. Eso hizo que los resultados de la Concertación perdieran un poco de fuerza y que no bastaran por sí solos para promover la aprobación de los proyectos de ley en el Congreso.
Sabemos que aún enfrentamos muchos obstáculos dentro del proceso legislativo, ya que los sindicatos y otros grupos de interés continúan ejerciendo oposición y denunciando una inexistente manipulación de los acuerdos de la Concertación. Pero también sabemos que hemos avanzado considerablemente a través del debate persuasivo, de propuestas serias y la inclusión de las visiones de la sociedad civil en estos proyectos de reforma. Sin lugar a dudas, 1999 es un año decisivo para Costa Rica, y tenemos confianza en que a través de acuerdos políticos en el Congreso, el país adoptará los proyectos que son fruto de la Concertación. De esta forma mostraremos que el gradualismo, la búsqueda de consensos y la democracia pueden ir de la mano con el crecimiento económico y el desarrollo humano.
Costa Rica es un caso "sui generis" dentro de la región. Es un país que se ha distinguido dentro de Latinoamérica por sus altos niveles de desarrollo humano, por tener niveles de inequidad mucho menores, mejores niveles educativos y de salud, y políticas de protección al medio ambiente que el resto de los países de la región. Es un país que también sobresale por su larga tradición democrática.
El bienestar social tiene sus orígenes desde el siglo diecinueve, cuando Costa Rica fue uno de los primeros países en abrirse al comercio internacional con las primeras exportaciones de café y entonces los Gobiernos se concentraron en avanzar en salud, educación y en el desarrollo de un Estado de Derecho. Muy pocas décadas después de la independencia, Costa Rica logró superar el ser la provincia más atrasada y aislada de sus homólogas centroamericanas. Ya para inicios del siglo veinte, Costa Rica estaba a la cabeza de Latinoamérica en los niveles de educación y salud. Actualmente, nuestro país no tiene ejército y contamos con una sociedad pacífica y tolerante comprometida con la igualdad de oportunidades y la solidaridad humana.
A pesar de todo lo anterior, enfrentamos muchos retos de cara al futuro, con el fin de continuar disfrutando la calidad de vida a la que estamos acostumbrados, y alcanzar el desarrollo humano que soñamos. Tengo plena confianza en que nuestro pequeño país va a alcanzar este sueño en este nuestro mundo, el de la política, el de los consumidores desinformados y los grupos de interés.