ALTERNATIVAS
Miguel Ángel Rodríguez E.
Enfrentamos con frecuencia la alternativa entre reconciliación y venganza. Y, ¡aparenta ser tan justo “el ojo por ojo y diente por diente” y tan débil el “amar al enemigo”!
En estos días dos acontecimientos recuerdan esta alternativa y sus consecuencias.
El horroroso asesinato del piloto jordano Muaz Kasasbeth por el Estado Islámico conmovió la conciencia y genero repudio. Quemar vivo en una jaula a un prisionero de manera tan cruel y para provocar un espectáculo de terror, levanta un sentimiento profundo de repulsión y nos hace recordar los nefastos días en que los cristianos cometimos también iniquidades, aunque nunca comparables a la yihad. Y claro, ello nos mueve a la convicción de que semejante organización, el Estado Islámico, al igual que otras instituciones cuya misión es el terrorismo, deben de ser erradicadas en legítimo derecho de defensa.
Pero otra cosa es la venganza.
En respuesta al asesinato de su piloto, Jordania ejecutó a dos prisioneros militantes de Al Qaeda en Irak, la mujer Sajida al-Rishawi y el hombre Ziyad Karboli. Ambos estaban sentenciados a muerte, pero había procedimientos pendientes, y su acelerada ejecución se efectuó como expreso acto de venganza.
Ya de por si la pena de muerte en el siglo XXI solo puede considerarse un atavismo bárbaro que debe levantar en su contra la consciencia cristiana.
Pero todavía se ejecutan personas por el estado, violando así el más elemental de los derechos humanos, el derecho a la vida. Amnistía Internacional reporta que además de las miles de ejecuciones en China, cuyo número se oculta como secreto de estado, en 2013 los estados mataron a 778 personas, el 80% de quienes murieron en Arabia Saudita, Irak e Irán.
Estados Unidos fue el único país que llevó a cabo ejecuciones en América, y no las hubo en Europa ni en Asía Central. Tampoco se aplicó en países que lo venían haciendo como Pakistán y Singapur.
Pero además, emplearla como un acto de venganza, rebaja el nivel del estado que así la aplica.
Estos hechos deprimen nuestro aprecio por el progreso de la humanidad.
Pero esa misma semana se declaró beato al mártir Monseñor Óscar Romero, exarzobispo de San Salvador, y víctima de la violencia y la guerra en su país durante los gobiernos militares de los 70 y 80. Su recuerdo fortalece nuestra esperanza.
Desde su nombramiento como arzobispo fue constante su prédica en favor de la justicia y en contra de la violencia, tanto del gobierno militar como de los revolucionarios de izquierda, con especial énfasis respecto a los asesinatos y desapariciones cometidos por escuadrones de la muerte y cuerpos de seguridad.
El domingo anterior a su asesinato en sus valientes y muy escuchadas prédicas semanales hizo un llamamiento: “…a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos… son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: 'No matar'”
Sin duda la vida y muerte de Monseñor Romero iluminaron el camino a la democracia, la reconciliación y la paz en El Salvador.
La reconciliación, el amor, la justicia nos deparan la paz. La venganza recrudece la violencia.