ALTERNATIVAS
Miguel Ángel Rodríguez E.
Sufrimos por la muerte de los niños en Asía, África y en todo el mundo, y es nuestra la tragedia de los niños de Honduras, El Salvador y Guatemala que huyen de la violencia, de la pobreza y el abandono y buscan refugio como inmigrantes ilegales en los Estados Unidos.
Este drama ha ido in crescendo desde 2012. Este año más de 55.000 menores han sido aprehendidos en la frontera de los EE.UU. La mayoría son jóvenes de 15 a17 años, que buscan reencontrarse con sus familias.
Tres cuartas partes de los detenidos en la frontera de EEUU este año proceden de Centro América. Ellos son ubicados en centros para menores en promedio unos 35 días mientras se localizan parientes que los puedan alojar en tanto se tramita su deportación o se les concede permanecer como refugiados, lo que ocurre para una pequeña minoría.
Como el trámite de deportación no es inmediato cundió la información falsa en el norte de Centroamérica de que se les estaba permitiendo la entrada a los Estados Unidos, lo que aceleró su movimiento que se realiza al amparo de “coyotes” que explotan a sus familias y los maltratan.
También se dan maltratos por parte de autoridades fronterizas de los Estados Unidos. La Unión de Libertades Civiles de Estados Unidos (ACLU) ha denunciado que agentes de la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos hicieron un “uso excesivo de la fuerza” cuando abrieron fuego en contra del menor de origen mexicano de 16 años José Antonio Elena Rodríguez a quien mataron en 2012. Este caso podría poner coto a esos excesos.
La violencia, las bandas juveniles, la pobreza, el desempleo y el abandono son las causas principales de la inmigración de menores centroamericanos a los Estados Unidos. Es doloroso que hijos y padres vean como su oportunidad el peligro de la emigración ilegal.
Remediar esta situación es principalmente deber de padres responsables y de nuestros propios países. Las naciones centroamericanas debemos ser solidarias en ese empeño. Costa Rica con la política migratoria de los noventas fue ejemplar en dar acogida a familias nicaragüenses, principalmente al darles -con la amnistía de 1998- un adecuado estatus migratorio y protección social.
Debemos continuar en esa tarea y asegurar una política que facilite la reunificación familiar de los hijos de migrantes.
El crecimiento económico es indispensable para enfrentar la pobreza, y no ha sido suficiente en América Central. Debemos trabajar unidos para lograrlo.
Reducir la violencia es también indispensable. Y parece que no es posible con las actuales políticas frente a las drogas.
Pero también políticas específicas son de gran utilidad. The Economist del 12 de julio pasado señala los buenos resultados de la campaña de Asuntos Juveniles de la Policía de Nicaragua que brinda comidas y capacitación a los jóvenes, y que nuestras autoridades deberían estudiar.
Por su parte, y a pesar de las grandes diferencias entre Republicanos y Demócratas en los EE.UU., ese país debería modificar sus prácticas migratorias. La semana pasada obispos mexicanos pidieron al Gobernador Brown de California desalentar la migración promoviendo en nuestras naciones información veraz sobre las leyes migratorias en Estados Unidos, cesar las deportaciones masivas y legalizar la reunificación de las familias de los menores migrantes.