ALTERNATIVAS
Miguel Ángel Rodríguez E.
Desde el siglo de oro griego decimos que el hombre es un animal racional. Aristóteles señaló que “es el único entre los animales que posee razón” pero a veces nos creemos –a diferencia del filósofo ateniense– que somos solo razón.
Pero claro que no somos solo racionales, y es más, probablemente no somos en lo individual ni siquiera principalmente racionales. Actuamos guiados por pasiones y sentimientos, muy a menudo no controlados. Las personas votan por el color de una bandera, contra el partido de un vecino odioso o por el atractivo de un candidato y no necesariamente por sus propuestas.
Además, actuamos dentro de una gran ignorancia que nos dificulta conocer los costos verdaderos de diferentes alternativas de acción y que también nos impide saber cuáles van a ser los resultados de nuestras acciones, y ni siquiera podemos precisar –más que muy subjetivamente– la probabilidad de que se de uno u otro de los resultados posibles.
Si nos mueven odios y amores, soberbia, prejuicios y envidias, ¿cómo logramos el progreso?
Es innegable que la racionalidad individual del inventor, el constructor, el empresario, el artista, el científico, políticos e intelectuales, y las personas comunes tratando de lograr su mayor beneficio, son los motores que impulsan el desarrollo. Pero sus beneficios en mucho dependen de una maquinaria colectiva y no planificada que produce una evolución social que ya habían descubierto los iusnaturalistas del renacimiento. Por cierto mucho antes de que se planteara la evolución biológica.
Alguien descubre una nueva manera de hacer las cosas, o una cosa nueva que hacer. Si es exitosa su acción es copiada, y las maneras anteriores de actuar son suprimidas por la nueva. Así la sociedad sin proponérselo, sin designio previo, sin una planificación centralizada, va actuando como una imponente máquina de racionalidad.
En los casos concretos se plantean en las decisiones colectivas los mismos problemas de irracionalidad e ignorancia. Y el problema se agrava en una sociedad pacífica de personas libres, pues para acoger una decisión se requiere que se conforme una coalición favorable a ella.
Por eso no debe extrañarnos que decisiones individuales de acción sean irracionales ni que decisiones colectivas también lo sean. Esto nos llama a tener aún más cuidado en el control de las pasiones tocante a decisiones y acciones colectivas, pues los sentimientos incontrolados actúan como un fuego que se propaga en la masa humana.
Lo que nos enseña la historia de progreso de la humanidad, es que a la larga los caminos se encuentran y los rumbos se enderezan. Claro que esa no es razón que aminore el costo de las personas o las sociedades que viven los resultados de acciones irracionales. Y debemos procurar que impere la racionalidad.
Pero conocer la posibilidad de salir de los errores, de incrementar el bienestar, de usar mejor los recursos, nos debe servir de aliciente para perseverar en la interminable búsqueda de los mejores comportamientos individuales y colectivos. Conocer la fuerza de las pasiones individuales y colectivas debería ayudarnos a controlarlas y a privilegiar la razón, a preferir la discusión antes que la manifestación.