ALTERNATIVAS
Miguel Ángel Rodríguez E.
Como lo recordó en estos días una publicación de “ABC”, el Papa Francisco declaró la íntima relación entre dignidad y trabajo cuando en setiembre pasado señaló: “Perdonadme pero donde no hay trabajo falta la dignidad (...) Es difícil tener dignidad sin trabajar y sin llevar el pan a casa"
Por otra parte, hace un año, en la celebración del Día del Trabajador, el Papa había señalado la relación entre trabajo y solidaridad con una palabra lacerante para todos los que gozamos de trabajo o de una situación económica acomodada: “la voz de Dios que preguntaba a Caín: ¿Dónde está tu hermano? Hoy, en cambio, escuchamos esta voz ¿Dónde está tu hermano que no tiene trabajo?” Este llamado a la solidaridad de todos ante la falta de trabajo determina que, para lograr el bien común, sea imprescindible generar posibilidad de empleo digno para todos.
Con esos antecedentes, hace pocos días el Santo Padre, en las pocas palabras de un Twitter, fijó los valores que deben regir la política respecto al trabajo "Les pido a quienes tienen responsabilidad política de no olvidar dos cosas: la dignidad humana y el bien común".
Establecidos estos principios éticos, a los católicos no nos puede caber duda de la necesidad de generar políticas públicas y diseñar instituciones que permitan a la economía generar una oferta suficiente de empleos y crecimiento económico, que a su vez promuevan el aumento de los salarios reales. Pero no nos podemos quedar en la pura enunciación de objetivos por buenos que sean. Es preciso tomar en cuenta el conocimiento para establecer políticas e instituciones que nos lleven a los resultados queridos. Bien sabemos que de buenas intenciones está empedrado el camino de los infiernos, y no solo porque no se cumplieron, sino también cuando se cumplen de manera equivocada y producen resultados perversos.
Podríamos genera pleno empleo con facilidad aumentando el tamaño del sector público hasta lograrlo. Pero la teoría y la historia nos indican que eso, al disminuir la productividad y los incentivos y distorsionar las señales del mercado, conduce al empobrecimiento generalizado (Alemania de Hitler, URSS comunista, China de Mao, Cuba de Fidel). O podríamos asumir políticas expansivas monetaria y de gasto para promover creación de empleos, pero -si eso se hace más allá de las posibilidades de crecimiento de la economía real- lo que se obtendría es inflación, desequilibrio fiscal y crisis financiera cuyo resultado es aumentar la pobreza (los populismos latinoamericanos y nuestra crisis de los ochentas).
No tenemos, pues, más remedio que buscar la solución con políticas e instituciones que promuevan un crecimiento inclusivo y compartido mediante aumentos de la productividad, incentivos reales para ahorrar e invertir y estabilidad económica.
En las condiciones actuales fiscales, monetarias y externas de Costa Rica la mezcla de los instrumentos necesarios para lograr esas políticas e instituciones debe ser muy cuidadosa y requiere un manejo muy prudente.
El activismo y los prejuicios son muy malos consejeros para obrar adecuadamente en este como en muchos temas.
Quiera Dios que para bien de los trabajadores priven la prudencia y el pragmatismo que el Sr. Presidente Electo demostró en su campaña.