ALTERNATIVAS
Miguel Ángel Rodríguez E.
La solidez de las pensiones está amenazada y compite con los recursos necesarios para la infraestructura del futuro. A la vez cada vez se mira con mayor cinismo lo político y a los políticos. La adhesión a los partidos va de capa caída. El abstencionismo aumenta. Las encuestas de opinión revelan menor apoyo a la democracia y mayor desconfianza de los políticos.
Así, mientras las personas demandan cada día mayores y mejores servicios del estado, lo cual las hace más dependientes del gobierno, a la vez lo menosprecian más, lo que le roba su legitimidad.
No, amigo lector. Los párrafos anteriores no se refieren a la querida Costa Rica actual. Son descriptivos de las democracias maduras del siglo XXI, según un ensayo sobre democracia -en la primera semana de este mes de marzo- de The Economist, la prestigiosa revista inglesa que se pública desde 1843.
"Mal de muchos consuelo de tontos." No es esa mi intención al hacer patente que los problemas de nuestra democracia reflejan sus problemas en el mundo. Tampoco es mi intención ignorar los elementos históricos y anecdóticos que nos son propios. Simplemente, si tenemos características negativas o preocupantes que compartimos con las democracias maduras de nuestro tiempo, vale la pena considerar los cambios que se proponen en otras latitudes, frente a tema similar.
El ensayo en referencia señala que los fundadores de la democracia moderna tenían muy claro que ella tenía que ser diseñada y también rediseñada muy cuidadosamente para que dé fruto la creatividad humana, y para controlar la perversidad. Los derechos humanos deben garantizarse y el poder del estado debe controlarse.
Los primeros síntomas de una democracia camino a su debacle se presentan cuando funcionarios debidamente electos tratan de eliminar las restricciones a su poder y a su mandato, lo cual generalmente ocurre con base en el apoyo de una mayoría circunstancial.
La globalización, conjuntamente con la revolución digital, hace ver como anticuadas algunas muy apreciadas instituciones democráticas. Es nuestra obligación ajustar nuestro diseño institucional para que de mejores frutos.
Frente al multipartidismo y la afortunada desaparición de la presidencia imperial ¿no es hora de migrar a un semipresidencialismo?
Frente a los constantes déficit fiscales y al crecimiento de nuestra deuda, ¿no es hora de adoptar normas de control presupuestario, las que llamé garantías económicas, para impedir su recurrencia? ¿Se obtendrá una solución al desequilibrio actual sin incluir garantías para que no se repita?