ALTERNATIVAS

Miguel Ángel Rodríguez E.

Dr. Miguel Angel Rodriguez Echeverria

Durante el tiempo de Pascua, que termina el próximo día 19, la liturgia de la Iglesia Católica sigue la narración del Evangelio de San Juan, que se inicia en la Semana Santa.

San Juan en su evangelio dedica los capítulos 13 a 17 a la última cena. En esa maravillosa descripción de la despedida de Jesús de sus apóstoles se incluye Su nuevo mandamiento: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros.”.

Ya en Su prédica, Jesús, tal como nos lo narran los tres evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, había reiterado el mandato del antiguo testamento, Levítico 19,18 “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Pero ahora, en Su despedida antes de la crucifixión, nos da un nuevo mandamiento. ¿Cuál es la novedad?

No soy ni teólogo ni biblista, sino un simple católico que disfruta de nuestra querida religión. Pero me atrevo a ensayar unas líneas. Es sin duda de enorme valor el mandamiento a amar al prójimo como a nosotros mismos.

La regla de oro ha sido elaborada desde la antigüedad por la ética de diversas civilizaciones, tanto en su versión negativa: “no hagas a los otros lo que no te gustaría que te hicieran a ti” como en su concepción positiva: “trata a los demás como te gustaría que te traten a ti”.

El mandato de amar al prójimo como a uno mismo sin duda va más allá. Nos indica que debemos tratar a los demás no solo como nos gusta ser tratados, sino que además debemos amarlos como nos amamos a nosotros mismos. Significa que debemos tratar a las otras personas con afecto, con compasión y protegerlas.

Es sin duda tratar a terceros con el amor de los padres a sus hijos, del cónyuge a su pareja, de los hijos a sus padres, del amigo sincero a su amigo.

Sin duda esa manera de tratar a los demás es bella, buena, magnífica.

Pero es humana y por lo tanto interesada.

La madre ama a su hija con dedicación, pero en esa relación hay un enorme interés propio. Pongo este ejemplo porque tal vez esta es la relación de amor entre personas más sublime.

Hay un interés de la madre porque la felicidad de su hija causa su propia felicidad. La madre gana amando a su hija y buscando su bienestar y su felicidad. Así ocurre en todas las relaciones interpersonales.

Si amamos al prójimo como a nosotros mismos lo amamos con el interés de que actuando así mejora nuestra propia felicidad, aumenta nuestro bienestar. Es así porque no somos totalmente felices nunca, ni estamos totalmente satisfechos nunca. Siempre podemos tener mayor felicidad y mayor bienestar. Y lo logramos de una manera muy especial cuando hacemos bien a las demás personas. Alguna vez leí que en los experimentos en que se miden los efectos de diversas acciones en las zonas del cerebro, las zonas que miden felicidad reaccionan con mayor intensidad a comer, tener relaciones sexuales y ayudar al prójimo.

Y es muy bueno amar a los demás como a nosotros mismos. Es bueno para nosotros y para el mundo.

Pero el nuevo mandamiento nos exige mucho más. Nos exige amar como Dios ama. Dios es plenitud. Nada puede darle más bienestar ni más felicidad. Es la perfección del bien, la belleza, la verdad, la felicidad. Nos ama por pura dación y entrega, sin poder recibir nada a cambio de su amor. Nos ama para nuestra felicidad, no para la suya que ya es plena.

Y así, con esa intensidad nos manda Jesús amar a nuestro prójimo en su testamento de la última cena.


Fecha de publicación: 13-Mayo-2024

Fuente: diarioextra.com


Para copiar un artículo de este sitio a un archivo de Word, primero copie y pegue el título, y luego el cuerpo del artículo, con el fin de que conserven los formatos y márgenes adecuados.